Se iniciaba 2016 con los temores de los inversores en relación con la devaluación del Renminbi, la divisa china. Se repetía la historia de la crisis bursátil de agosto de 2015, cuando las preocupaciones sobre una posible guerra de divisas (tras la devaluación superior al 2% de la divisa china frente al Dólar) y sobre la salud financiera del gigante asiático supusieron cuantiosas caídas en todos los índices mundiales. Estos temores llevaron, desde los primeros compases de 2016, a que el índice global de renta variable MSCI World Index llegara a perder casi un -13% a mediados de febrero y a que el índice europeo Eurostoxx 50 se dejara un -20% en las mismas fechas. Curiosamente, el Renminbi se ha depreciado frente al billete verde más de un -7% desde principios de año, una caída muy superior a la que provocó los anteriores pánicos, lo que no ha sido un obstáculo para la subida posterior de las bolsas...
Tras recuperar desde los mínimos de febrero un +15% el MSCI y un +17% el Eurostoxx un evento inesperado, el Brexit, provocó una caída de esos mismos índices de un -7% en el índice global y de un -11% en el europeo en los días siguientes a la votación para la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Sin embargo y, de nuevo, contra todo pronóstico, en julio el MSCI y en agosto el Eurostoxx ya habían recuperado los niveles pre-Brexit. ¿Montaña rusa? ¿Tobogán?
Los múltiplos actuales de la bolsa americana en términos de PER histórico (teniendo en cuenta los beneficios de los 10 últimos años y ajustando por el ciclo, esto es, el denominado CAPE o PE de Shiller) se sitúa actualmente en niveles de 23x lo que supone que, en términos probabilísticos, la bolsa haya cotizado por debajo de estos niveles en un 85% de las ocasiones. Quizás el “No hay alternativa de inversión” (“There Is No Alternative” – que de forma abreviada se conoce como TINA por sus siglas en inglés) sea la característica que mejor define el actual contexto: una ingente cantidad liquidez sin remuneración. Por ello, con la política de tipos “ultrabajos” los inversores se decantan por la bolsa porque no encuentran activos que ofrezcan un mínimo de rentabilidad. Así, tras el Brexit, los inversores han optado por la versión más “optimista” viendo el vaso “medio-lleno” arguyendo que los efectos negativos para el Reino Unido y Europa no serán tan importantes y que, en cualquier caso, llevará mucho tiempo conocer su impacto…
La victoria de Trump el 9 de noviembre que pocas encuestas predecían pero cuyo impacto en caso de ocurrencia era temida por todos los analistas, generó un pánico vendedor que duró unas horas. Al final de la jornada las bolsas subieron. De nuevo el vaso medio-lleno: políticas fiscales expansivas, inversión en infraestructuras, medidas liberalizadoras y pro-business… Finalmente, la victoria en el referéndum italiano de los opositores a la reforma de la constitución y, en definitiva, de los postulados más antieuropeos o populistas que se saldó con la dimisión del primer ministro Mateo Renzi provocaron en las bolsas ventas sólo en los primeros compases de la sesión, registrando subidas al final ignorando la conocida grave crisis bancaria que se avecinaba... Si algún vidente le hubiera contado a un analista bursátil a principios de año los sucesos que iban a acontecer, probablemente y, a pesar de la “información privilegiada”, habría errado en sus predicciones puesto que habría apostado por correcciones bursátiles de magnitud.
Aparte de estos eventos, ha sido un año realmente complejo para la toma de decisiones de inversión, con una elevada probabilidad de equivocarse
en la toma de decisiones. En esencia: el único activo que durante el año y, hasta la fecha de escribir esta tribuna, ha resultado rentable ha sido la bolsa americana, con ganancias en el año superiores al 10%, eso sí, con niveles muy elevados de volatilidad. La bolsa europea cerrará (salvo imprevisto) plana o ligeramente negativa, la bolsa japonesa también plana o ligeramente positiva y lo mismo se puede decir de la bolsa china. Todas ellas también con elevados niveles de volatilidad. Tampoco ha sido un año fácil para la renta fija. Tras la victoria de Trump (aunque el movimiento ya era incipiente antes de las elecciones) la renta fija a largo plazo ha sufrido las mayores caídas en precio (que se mueven inversamente a su rentabilidad o “yield”) en un mes, desde que se publica el índice Bloomberg Barclays Global Aggregate Index. Un inversor en este índice de renta fija “sólo” habría ganado un +3,3% en el año, pero ello tras haber llegado a ganar casi un 7% en septiembre. No es poca caída para un índice de renta fija en cuatro meses. Y la inflación, a la que todo el mundo daba por desaparecida, ha hecho acto de presencia y en poco menos de tres meses las expectativas inflacionistas (que mide estrechamente la Fed) se han disparado un 30% lo que ha obligado a retomar la senda alcista en los tipos. Las materias primas y las divisas tampoco han vivido un entorno tranquilo: tras una caída del petróleo en enero de un -25% (llegando a perder un -60% desde los máximos alcanzados a mediados del año anterior) rebotó con fuerza para casi doblar su precio desde mínimos. Por su parte el oro, tras ganar desde el inicio de año un +28%, ha caído desde entonces un -17%. Las divisas, finalmente han registrado movimientos de gran brusquedad: la Libra Esterlina ha perdido frente al Dólar un -16% desde el Brexit. Por su parte el Euro se ha dejado un -4% desde principios de año frente al billete verde.
Empezamos el año con gran prudencia en nuestras recomendaciones en relación con los activos de riesgo, en particular, bolsas y renta fija de baja calidad y emergente ante el riesgo de eventos como los acontecidos y por las elevadas valoraciones bursátiles. También recomendábamos prudencia en relación con el riesgo de duración ante un potencial repunte en las rentabilidades de los bonos. Sí apostamos por recomendar exposición a dólar y a bonos ligados a inflación cubiertos de duración y aconsejamos entrar en acciones de compañías petroleras en febrero deshaciendo en verano esa posición por la fuerte revalorización registrada. La recomendación de inversión en oro ha resultado más satisfactoria por la cobertura que ha ofrecido en momentos gran incertidumbre que por la rentabilidad generada. Alguien que haya invertido con estos parámetros ha obtenido una rentabilidad discreta pero positiva. Quien haya asumido grandes riesgos no ha mejorado la rentabilidad de su cartera pero ha sufrido una elevada volatilidad y ha soportado momentos de fuertes pérdidas. Parece que llegar al mismo sitio por un camino menos tortuoso debería ser uno de los objetivos que todo inversor debería buscar. O como dice el refrán: “para ese viaje no necesitábamos alforjas”. Feliz Navidad.