Hablemos de comisiones (I)

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6 junio, 2016
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Bocetos de economía 2016
11 julio, 2016

Bocetos de economía

Hablemos de comisiones (I)

Si los bancos siempre se han mostrado persuadidos de subir las comisiones ni que decir tiene que esta sugerencia de incrementarlas del propio subgobernador del Banco de España será aplicada con entusiasmo por parte de las entidades.

Hace tan sólo unos días, Fernando Restoy, subgobernador del Banco de España recomendaba a los bancos elevar los ingresos por comisiones para mejorar la rentabilidad. Es evidente que con márgenes de intermediación tan exiguos en esta era de tipos cero, los bancos no ganan dinero con su actividad tradicional y precisan, aparte de fusiones, ahorros de costes y mejoras de eficiencia, aumentar sus ingresos y la única vía, hoy por hoy, pasa por aumentar las comisiones que cobran a sus clientes. Resulta paradójico no obstante que el representante del regulador bancario, encargado, entre otras funciones, de la defensa de los intereses de los clientes bancarios, inste a que se suban las comisiones. Si los bancos siempre se han mostrado persuadidos de subir las comisiones ni que decir tiene que esta sugerencia del propio subgobernador será aplicada con entusiasmo por parte de las entidades.

El problema para los clientes de las comisiones bancarias tanto de las que se cobran por servicios puramente bancarios, como las derivadas de otras actividades como la gestión de activos, los seguros o la banca privada, es que la transparencia no es moneda de cambio común. No discutiremos que las comisiones, como retribución por un servicio son no sólo justificables sino imprescindibles, como contraprestación por los servicios prestados. En este sentido, un banco que no genere ingresos suficientes es un mal lugar donde colocar el dinero o donde tener depositados los activos. Pero se ha abusado tanto de las comisiones encubiertas (“ojos que no ven corazón que no siente”) y de priorizar los intereses de la cuenta de resultados del banco a los verdaderos y reales intereses del cliente que llueve sobre mojado: los conflictos de interés han sido y hoy siguen siendo tantos y la transparencia es tan limitada que, como cliente, preocuparse por los costes que se le aplican es una responsabilidad que no se debe eludir, máxime cuando desde el propio Banco de España se anima a que se incrementen.

TRANSPARENCIA IMPUESTA POR EUROPA

La Directiva europea MiFID II (la nueva versión de Markets in Financial Instruments Directive) previsiblemente entrará en vigor en enero de 2018 y, entre otras importantes novedades, consagrará la figura del asesoramiento independiente. Si en la primera versión de MiFID, la gran aportación en materia de asesoramiento financiero fue la consideración de ésta como un servicio de inversión y, por lo tanto, a partir de ese momento, como actividad regulada que sólo podrá ser prestada por Empresas de Servicios de Inversión (ESIs) o entidades financieras (hasta entonces no se precisaba autorización administrativa para la prestación de ese servicio), en esta segunda versión, la gran aportación del legislador europeo será, en materia de asesoramiento financiero, definir cuándo éste es realmente independiente.

Recientemente, la revista especializada Fundspeople publicaba que, de media, el 70% de los ingresos por comisiones de gestión de las 12 gestoras españolas con más de 5.000 millones de patrimonio entre fondos y SICAV se cede al distribuidor, según datos extraídos de las estadísticas de las IIC elaboradas por la CNMV. Esto supone –proseguía el artículo de Fundspeople- que, de los 1.807 millones de ingresos que consiguieron a lo largo de 2015 por la comisión de gestión (un 24% más que en 2014), más de 1.270 millones fueron a parar al comercializador. Ampliado este análisis al total de sociedades gestoras de instituciones de inversión colectiva en España, el porcentaje de retrocesión baja ligeramente al 66%. Todas ellas generaron 2.335 millones de ingresos, según datos de CNMV.

MiFID II establece que para que un asesoramiento pueda considerarse independiente, ha de poder recomendar sobre una amplia variedad productos, a través de un amplio abanico de diferentes entidades y que la remuneración del asesor debe provenir exclusivamente de los honorarios satisfechos por el cliente. Según esto último, el 66% de los ingresos de las gestoras de fondos que fueron a retribuir al comercializador no podrían considerarse que se están generando por consejos dados por asesores independientes ya que su remuneración está ligada a la venta del producto y es satisfecha por la propia gestora como retribución por su comercialización.

Algunas voces en el sector reclaman que la independencia se entienda en “sentido amplio”, esto es, que un asesor que cobre retrocesiones y las devuelva a su cliente “neteándolas” con sus honorarios (práctica

frecuente hoy en España en el sector del asesoramiento financiero) está cumpliendo con la obligación que marca la nueva norma de “no retener” las comisiones. Sin embargo, la nueva norma en ningún momento habla de “no retener” o de “devolver” sino explícitamente que un asesor financiero no podrá estar remunerado por el gestor del producto o su comercializador. Por lo tanto, la única posibilidad de remuneración para que un asesor pueda ser considerado independiente es, en buena lógica, que sólo reciba ingresos de su cliente.

COMISIONES A LA BAJA EN LA GESTIÓN DE ACTIVOS

Mientras que las entidades bancarias dirigen sus comisiones al alza como ya se ha explicado, otras industrias como la ropa, la música, el taxi o las aerolíneas han demostrado la viabilidad de sus negocios en formato low-cost. Un ejemplo menos conocido pero que puede calificarse igualmente de disruptivo es el de la gestora americana de fondos de inversión Vanguard. Fundada en 1970 ha tenido que esperar muchos años aplicando su modelo de bajos costes en gestión de fondos que replican a los índices para despegar comercialmente.

Durante muchos años la estructura del sector de gestión de patrimonios en EE.UU. se caracterizó porque los intermediarios (brokers) o los asesores financieros cobraban incentivos de las gestoras (lo que hoy sucede en España de forma casi generalizada). Ello provocó que gestoras como Vanguard cuyo modelo de negocio se basaba en unos costes mínimos para el inversor ofreciendo carteras diversificadas que replicaban a los índices no tuviera éxito comercial ya que como los costes eran tan reducidos, Vanguard no pagaban (ni paga) incentivos a los “vendedores”. Con lo cual, nadie recomendaba sus fondos.

Hoy, sin embargo, Vanguard es un modelo de éxito: gestiona más de 3,5 billones de dólares (más de 3 veces el PIB de España) y cada día recibe entradas de dinero de inversores por 1.000 millones. El hecho de que en EE.UU. hoy el sector del asesoramiento independiente sea una realidad incontestable y que la mayoría de los asesores, en especial aquellos más profesionalizados y que se orientan al segmento más elevado o family office trabajen en un esquema de total transparencia con los clientes, no cobrando incentivos (ni reteniéndolos ni devolviéndolos…) ha favorecido el crecimiento de gestoras como Vanguard. Asesor financiero y gestora de fondos alineados en el mejor interés del cliente: ese es el modelo que propone MiFID II y el que esperamos que finalmente sea traspuesto por la normativa española, no desvirtuando o edulcorando el origen y objetivo de la Directiva sino proyectando los principios de transparencia y de defensa de los intereses del inversor que la han inspirado.

LA IMPORTANCIA DE LOS COSTES A LARGO PLAZO

Un inversor de 25 años que coloca dinero en un plan de ahorro para la jubilación durante 40 años con una comisión de gestión del 1% anual, tendrá un coste total del 25% de su capital aportado sólo en gastos de gestión, independientemente de la rentabilidad. Pero si la comisión de gestión fuera del 1,5% el coste sobre su capital invertido sería del 38%. Frente a esto, Vanguard carga una comisión media anual en sus fondos índice del 0,08% (10 veces y 15 veces menos costosa respectivamente que los dos supuestos explicados). Nuestra experiencia y nuestro consejo es que merece la pena preocuparse por los costes, máxime en un entorno de tipos cero como el que estamos padeciendo.

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